21 de noviembre de 2010

Locura en Miel


            Miel caminaba de un lado a otro, perdido por completo en sus pensamientos. La apretada camisa que llevaba puesta le daba calor, por lo que no temblaba debajo de aquella lluvia que arreciaba su rojo y largo cabello, pegándoselo a la cara. Sus azules ojos miraban sin ver el agua que caía a su alrededor, indiferentes.
            ¿Por qué estaba bajo la lluvia? No lo sabía. O quizás no lo recordaba. Al fin y al cabo, le daba igual la razón. Lo que a Miel le importaba, era estar allí. Poder sentir el viento en su rostro, el césped bajo sus pies, aquella calidez a su espalda…
            Se apartó de un salto del lugar en que estaba, y observó aterrorizado a la mujer que lo había ocupado de inmediato.
            La joven rubia le sonreía, con los verdes ojos llenos de alegría. Exclamó que estaba muy feliz de volver a verlo, y avanzó para poder abrazarlo. Pero Miel volvió a alejarse hasta que una pared le impidió hacerlo más, colocando la mayor distancia posible entre ellos.
            Masculló su nombre en voz muy baja, como si tuviera miedo de pronunciarlo. Aní asintió, sonriendo. Quizá con malicia. Miel no lo sabía. Lo único que sabía es que no quería verla. Su sola presencia le causaba temor, siempre había sido así. Y las cosas no iban a cambiar justo en ese momento.
            Se dio la vuelta y comenzó a correr, sin saber dónde. No tenía idea de hacia qué lugar estaba yendo, sólo quería salir de allí. No quería verla, no quería escucharla, no quería sentirla. Eran cosas que no podía soportar.
            Soltó un grito cuando unas fuertes y tibias manos lo tomaron de la cintura, abrazándolo desde atrás. Esos brazos lo hacían sentir preso, lo hacían pensar que no tenía posibilidades de escapar.
            Aní lo besó en el cuello, y Miel gritó. Se retorció entre sus brazos, intentando zafarse, cosa que no logró. Hacía mucho tiempo desde la última vez que había querido utilizar su fuerza contra ella. Probablemente había perdido práctica. O quizá ya no tenía fuerza. Fuera como fuese, era lo que menos le importaba a Aní. Mientras pudiera tener a su niño entre sus brazos, lo sería todo para ella, y lo demás le daría igual.
            Miel soltaba gritos desgarradores, seguidamente ahogados por las lágrimas que caían de sus ojos sin vida. Lo único que quería, lo único que deseaba, era huir de allí.
            Hasta que un rayo de esperanza se asomó por un recodo. Era él, era lo único que se necesitaba para que Miel fuera feliz. Era la voz de Edhin, gritando a Aní que lo soltara. Que le hacía mal, que lo dejara.
            Al verlo, todas las emociones de Miel cobraron fuerza. Logró zafarse de las manos que lo apresaban, y corrió a los brazos de Edhin de inmediato. Se refugió allí, mientras los brazos del moreno se cerraban en torno a él, en un abrazo sí deseado.
            Edhin sólo le gritó a la rubia que se marchara. Que ella no tenía permitida la entrada a ese lugar, y mucho menos cualquier contacto con Miel. Que no sabía quién le había dado permiso de entrar, pero que desde ya podría estar pidiéndole, a la misma persona, permiso de salir.
            Luego, se dio media vuelta, levantó a Miel en sus brazos y comenzó a avanzar hacia el blanco edificio que se erguía a sus espaldas. Entró a la habitación del niño y lo depositó sobre su cama con suavidad.
            El pequeño pelirrojo temblaba, no podía detenerse. Edhin comenzó a susurrarle palabras tranquilizadoras al oído. Que Aní ya se había marchado, que no podía entrar allí, que no podía hacerle daño. Que ya no tenía que temer, que él permanecería a su lado. Y le acarició el cabello hasta que Miel se durmió.
            Aní estaba resentida con Edhin. Él nunca le permitía ver a su pequeño. Siempre tenía alguna objeción al respecto. ¿Que ella le hacía mal? Ella lo único que hacía era amar a su niño.
            Edhin reapareció a sus espaldas. La tomó de los hombros y la zarandeó con fuerza, gritándole. Que no le había bastado con enviar a su hijo a un hospital psiquiátrico debido a sus acciones, sino que ahora quería que la internaran también a ella. A lo que Aní respondió que no le importaba, siempre que por eso pudiera estar cerca de su pequeño.
            Edhin le dio una bofetada y la echó de allí. No iba a permitir que aquella mujer siguiera causándole pesares a Miel. Pero ella se quedó parada en la puerta, bajo la lluvia, mojándose como si no lo notara. Hasta que una camioneta estacionó frente al hospital. Contra su voluntad, la obligaron a subir, y arrancaron de inmediato.
            De hecho Edhin no sabía que ella ya estaba en uno. Que su forma de vida había llevado a la locura a los únicos dos miembros de una frágil familia.

Aome ~

11 de noviembre de 2010

Mago de Oz - El que quiera entender que entienda

¿Cuánto he de esperar,
para al fin poder hallar
la otra mitad de mí
que me acompañe a vivir?

Nadé tiempo en un mar
de apariencia, y ahogué el amor.
No se puede ocultar
el perfume de una flor.

Cuánto me cuesta sobrevivir,
cuánto sonreír;
Sin poder quitarme el antifaz
que me disfraza de normal.

Y volveré a buscarte
allí hasta donde estés,
tan sólo quiero amarte
 y poder tener...
alguien en que apoyarme,
alguien en quien volcar
todo el amor que cercenó el qué dirán...

No más miedo a entregar
mis labios sin antes mirar.
No más miedo a acariciar
nuestros cuerpos y soñar.

¡Y a la mierda con
el armario y el diván!
Y si hay que luchar...
luchar es el lugar.

Que en asuntos del corazón,
no hay reglas de dos.
Que somos distintos, somos iguales;
no más gestos, alza la voz.

Y volveré a buscarte
allí hasta donde estés,
tan sólo quiero amarte
 y poder tener...
alguien en que apoyarme,
alguien en quien volcar
todo el amor que cercenó el qué dirán...

Y cuando llegue el final,
el otoño de nuestro amor;
yo te esperaré, mientras, vive
y lucha por tener...

Derecho a elegir
con qué cabeza tu almohada compartir.
Orgulloso de ser quien eres,
 y no como deberías ser.

Cuánto me cuesta sobrevivir,
cuánto sonreír;
Sin poder quitarme el antifaz
que me disfraza de normal.

Y volveré a buscarte
allí hasta donde estés,
tan sólo quiero amarte
 y poder tener...
alguien en que apoyarme,
alguien en quien volcar
todo el amor que cercenó el qué dirán...

Y volveré a buscarte
allí hasta donde estés,
tan sólo quiero amarte
 y poder tener...
alguien en que apoyarme,
alguien en quien volcar
todo el amor que cercenó el qué dirán...

Y volveré a buscarte
allí hasta donde estés,
tan sólo quiero amarte
 y poder tener...
alguien en que apoyarme,
alguien en quien volcar
todo el amor que cercenó el qué dirán...

1 de noviembre de 2010

Distorsionado.

            –¡Espera! –le rogó, tomándolo de la muñeca.
            Él se soltó de un tirón, volteando a mirarla fríamente.
            –Te dije que no iba a quedarme. Ya suéltame, por favor.
            –No, no voy a soltarte… no hasta que me digas por qué.
            –Ya te lo dije. Ya no quiero estar contigo. Es eso, simplemente.
            Dio media vuelta y se marchó, sin volver a mirarle.
            Ella cayó al suelo de rodillas, conteniendo las lágrimas.  ¿Por qué habría de terminar así? Después de tanto tiempo, ¿acabaría tan fácil? ¿De esa manera, tan simple? No había logrado más que destrozarle. Dejarle sin nada por lo que vivir. Porque ya no había nada que pudiera esperar.
            Salió a la calle, dispuesta a caminar sin rumbo el resto de la noche. Después de todo, no se le ocurría nada mejor que hacer.





            Él aparcó frente a un edificio alto, y esperó unos segundos, apoyado sobre la puerta de su auto. Minutos después, la puerta de vidrio se abrió dejando pasar a una bella muchacha vestida de noche y zapatos de tacón. Ella se colgó de su cuello para besarle en los labios, y se subió al auto sin esperar invitación.

            Dentro del departamento, él descansaba. Tirado en la cama mirando el techo, procuraba no llorar. Para qué lloraría, si ya estaba perdido. Para qué lloraría, si así no iba a recuperarla.
            Decidido, se marchó hacia el baño. Se aseó, se preparó, se arregló. Y salió del hotel dispuesto a desafiar esa noche que no auguraba nada bueno para él. Pero no estaba dispuesto a hacerle las cosas tan fáciles.



            Ella entró al pequeño bar, desolada. Se sentó en una mesa escondida, haciendo el cabello hacia atrás y tomando un cigarrillo de su bolso. Se inclinó hacia el joven de la mesa de junto, en actitud provocadora, y preguntó.
            –¿Tienes fuego, bonito?
            El joven asintió, prendiéndole el cigarrillo al instante, cual perro faldero.
            –¿Qué hace una mujer tan hermosa sola a estas horas de la noche, en un lugar como éste?
            –Lo que seguramente esperas que haga. Estúpida no soy, amor mío.
            –Por supuesto… eso lo sé, claramente.
            Y en simples momentos siguientes, ya no estaban allí.
            ­–¿Así que solo, eh? –inquirió, apoyándose en el barandal.
            El hombre junto a él le miró desconcertado.
            –¿Es asunto tuyo acaso? ­replicó agresivamente.
            –Casualmente sí, sí lo es. Déjame adivinar. Cortaste con tu novia por ella, para salir hoy. Pelearon en mitad de la noche, se marchó llorando. No quisiste seguirla por sentirte culpable. Y ahora estás aquí, hablando con el pobre idiota que no hace ni dos noches pasó por lo mismo.



            Y ella lloraba, caminando en medio de la noche sola, mirando el suelo. Tan ensimismada, que no notó a la persona enfrente, sino hasta que colisionaron. Cayó al suelo, con ambas manos sobre el asfalto, aunque sin intenciones de levantarse.
            –Hey… ¿está bien, señorita?
            Ella no respondió. Por lo que él se arrodilló a su lado, haciendo que le mirara.
            –Estoy bien… no necesito nada.
            La tomó de la mano y la obligó a pararse. La llevó hasta su auto y comenzó a conducir. Ella sólo se dejó llevar, después de todo, ya no había nada que pudiera perder. Y si había alguna oportunidad de ganar…


            Después de su conversación con ese desconocido, sólo se había dejado llevar por sus pies. Quizás ella todavía estuviese ahí. Esperaba poder disculparse. Regresar.
            Y al llegar, todo fue como había esperado. No, no estaba. Se dejó caer en el suelo, y comenzó a beber. Se odiaba, por estúpido. Pero lo hecho, hecho estaba. Y ya no había nada que pudiera hacer por remediarlo.

            Los tacones hacían estruendo sobre el asfalto, el vestido de noche se hallaba arrugado y fuera de lugar. Sin más, entró a su departamento, esperando encontrar a su ex - pareja todavía allí, llorando, sufriendo. Pero no fue así.
            Él estaba en la cama, sí. Pero no estaba solo.



            Cansado de estar allí tirado, se levantó dispuesto a hacer algo. No iba a quedarse de brazos cruzados como un idiota. Al menos intentaría defenderse.
            Fue de nuevo a su departamento, pero esta vez no esperó a que ella saliera. Fue él quien entró.

            Ella le vio pasar, atónita. Era él. La persona por la que había salido de su casa, por la que se había encontrado con quien la acompañaba ahora en la cama. Y al parecer, la otra dueña del departamento era la mujer por la cual la había dejado. Entonces, el hombre con quien estaba…

            Él vio a esa persona. Esa que había pasado lo mismo que él. Recostado junto a su mujer. Porque aunque no fuera así, él aún la consideraba como suya. Porque estaba dispuesto a recuperarla. Al menos, hasta antes de ver eso.



            –¿Qué haces aquí? –preguntaron ellas dos, dirigiéndose a ellos dos.
            –¿Por qué estás con él? –preguntaron ellos dos, dirigiéndose a ellas dos.
            Y aquello se convirtió en un total caos. Un desastre que había sido declarado desde sus primeras lágrimas. Algo anunciado. Pero nunca aceptado.
            Y sólo faltaba el detonante. Ese encuentro predestinado.



 ¿Destino? Quizás no crea en esa palabra. Pero hay veces, que no puedes luchar contra ello. Y cualquier cosa que hubieras esperado o imaginado, termina siendo parte de ese destino, distorsionado.

Aome ~