1 de noviembre de 2010

Distorsionado.

            –¡Espera! –le rogó, tomándolo de la muñeca.
            Él se soltó de un tirón, volteando a mirarla fríamente.
            –Te dije que no iba a quedarme. Ya suéltame, por favor.
            –No, no voy a soltarte… no hasta que me digas por qué.
            –Ya te lo dije. Ya no quiero estar contigo. Es eso, simplemente.
            Dio media vuelta y se marchó, sin volver a mirarle.
            Ella cayó al suelo de rodillas, conteniendo las lágrimas.  ¿Por qué habría de terminar así? Después de tanto tiempo, ¿acabaría tan fácil? ¿De esa manera, tan simple? No había logrado más que destrozarle. Dejarle sin nada por lo que vivir. Porque ya no había nada que pudiera esperar.
            Salió a la calle, dispuesta a caminar sin rumbo el resto de la noche. Después de todo, no se le ocurría nada mejor que hacer.





            Él aparcó frente a un edificio alto, y esperó unos segundos, apoyado sobre la puerta de su auto. Minutos después, la puerta de vidrio se abrió dejando pasar a una bella muchacha vestida de noche y zapatos de tacón. Ella se colgó de su cuello para besarle en los labios, y se subió al auto sin esperar invitación.

            Dentro del departamento, él descansaba. Tirado en la cama mirando el techo, procuraba no llorar. Para qué lloraría, si ya estaba perdido. Para qué lloraría, si así no iba a recuperarla.
            Decidido, se marchó hacia el baño. Se aseó, se preparó, se arregló. Y salió del hotel dispuesto a desafiar esa noche que no auguraba nada bueno para él. Pero no estaba dispuesto a hacerle las cosas tan fáciles.



            Ella entró al pequeño bar, desolada. Se sentó en una mesa escondida, haciendo el cabello hacia atrás y tomando un cigarrillo de su bolso. Se inclinó hacia el joven de la mesa de junto, en actitud provocadora, y preguntó.
            –¿Tienes fuego, bonito?
            El joven asintió, prendiéndole el cigarrillo al instante, cual perro faldero.
            –¿Qué hace una mujer tan hermosa sola a estas horas de la noche, en un lugar como éste?
            –Lo que seguramente esperas que haga. Estúpida no soy, amor mío.
            –Por supuesto… eso lo sé, claramente.
            Y en simples momentos siguientes, ya no estaban allí.
            ­–¿Así que solo, eh? –inquirió, apoyándose en el barandal.
            El hombre junto a él le miró desconcertado.
            –¿Es asunto tuyo acaso? ­replicó agresivamente.
            –Casualmente sí, sí lo es. Déjame adivinar. Cortaste con tu novia por ella, para salir hoy. Pelearon en mitad de la noche, se marchó llorando. No quisiste seguirla por sentirte culpable. Y ahora estás aquí, hablando con el pobre idiota que no hace ni dos noches pasó por lo mismo.



            Y ella lloraba, caminando en medio de la noche sola, mirando el suelo. Tan ensimismada, que no notó a la persona enfrente, sino hasta que colisionaron. Cayó al suelo, con ambas manos sobre el asfalto, aunque sin intenciones de levantarse.
            –Hey… ¿está bien, señorita?
            Ella no respondió. Por lo que él se arrodilló a su lado, haciendo que le mirara.
            –Estoy bien… no necesito nada.
            La tomó de la mano y la obligó a pararse. La llevó hasta su auto y comenzó a conducir. Ella sólo se dejó llevar, después de todo, ya no había nada que pudiera perder. Y si había alguna oportunidad de ganar…


            Después de su conversación con ese desconocido, sólo se había dejado llevar por sus pies. Quizás ella todavía estuviese ahí. Esperaba poder disculparse. Regresar.
            Y al llegar, todo fue como había esperado. No, no estaba. Se dejó caer en el suelo, y comenzó a beber. Se odiaba, por estúpido. Pero lo hecho, hecho estaba. Y ya no había nada que pudiera hacer por remediarlo.

            Los tacones hacían estruendo sobre el asfalto, el vestido de noche se hallaba arrugado y fuera de lugar. Sin más, entró a su departamento, esperando encontrar a su ex - pareja todavía allí, llorando, sufriendo. Pero no fue así.
            Él estaba en la cama, sí. Pero no estaba solo.



            Cansado de estar allí tirado, se levantó dispuesto a hacer algo. No iba a quedarse de brazos cruzados como un idiota. Al menos intentaría defenderse.
            Fue de nuevo a su departamento, pero esta vez no esperó a que ella saliera. Fue él quien entró.

            Ella le vio pasar, atónita. Era él. La persona por la que había salido de su casa, por la que se había encontrado con quien la acompañaba ahora en la cama. Y al parecer, la otra dueña del departamento era la mujer por la cual la había dejado. Entonces, el hombre con quien estaba…

            Él vio a esa persona. Esa que había pasado lo mismo que él. Recostado junto a su mujer. Porque aunque no fuera así, él aún la consideraba como suya. Porque estaba dispuesto a recuperarla. Al menos, hasta antes de ver eso.



            –¿Qué haces aquí? –preguntaron ellas dos, dirigiéndose a ellos dos.
            –¿Por qué estás con él? –preguntaron ellos dos, dirigiéndose a ellas dos.
            Y aquello se convirtió en un total caos. Un desastre que había sido declarado desde sus primeras lágrimas. Algo anunciado. Pero nunca aceptado.
            Y sólo faltaba el detonante. Ese encuentro predestinado.



 ¿Destino? Quizás no crea en esa palabra. Pero hay veces, que no puedes luchar contra ello. Y cualquier cosa que hubieras esperado o imaginado, termina siendo parte de ese destino, distorsionado.

Aome ~

1 comentario:

Arena dijo...

ouo
Me mareé bastante al principio XD Hasta que capté el mensaje del destino y los encuentros y laralara~
Está bueno y ya me he cansado de decirte (bueno, no XD) que me encanta como escribes <3
Pero, de todos modos, tendrás que explicármelo cuando nos veamos/leamos <3